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isona passola

Vicente,

Una noche en un palco de cine de un Festival que no recuerdo, proyectaron El mar, película de Agustí Villaronga que yo produje el año 2000, y tenía a mi lado a Vicente Aranda. Cuando terminó la proyección, él, visiblemente emocionado, me dijo: “¿en Barcelona pudisteis producir eso?” Le dije que sí, con la ayuda del productor de autores europeos por excelencia que en aquel momento era Paulo Branco. “¡Tendré que volver a Barcelona!”, exclamó.

Difícil entender el sentido de la exclamación pero deduzco que un cineasta que había dirigido Fata Morgana y luego Brillante Porvenir con Román Gubern con las exigencias estéticas de la Escuela de Barcelona se había visto atrapado por las exigencias comerciales de la caída de la censura a filmar más desde su faceta erótica que desde la estilística películas como La muchacha de las bragas de oro. Tampoco creo que a él le importara mucho. El 1991, en el Festival de Berlín, recibí el impacto de su espléndida película Amantes, donde Victoria Abril, su musa, se llevó el Oso de Plata a la mejor actriz, y fui su fan desde aquellas gotas de sangre derramándose lentas sobre la nieve pura que revelaban la incapacidad de Jorge Sanz por confesar su doble vida a la tierna Maribel Verdú, resuelta con un seco navajazo. No fue hasta diez años más tarde que se presentó en Barcelona con un proyecto bajo el brazo, ni más ni menos que La Colometa de Rodoreda. Estaba fascinado por su "alma de cántaro" y había adaptado la novela con un estilo casi espiritual, muy lejos de sus otros guiones, y la quería rodar en catalán. Tenía hasta el casting. Intenté levantar el proyecto con un punto de vista muy distinto al de La Plaça del Diamant de Betriu, pero no salió. Ya que de mí esperan erotismo, me dijo, arremetió con la adaptación cinematográfica de la novela más cafre, más negra y más sexual de Miquel de Palol, Les concessions, de quien se declaraba admirador, pero le pilló mayor. El habría querido ser Oliveira y rodar hasta la muerte, y a mí me hubiese gustado contribuir a que lo fuese, pero la vida tiene fecha de caducidad. Afortunadamente el cine de Vicente Aranda no la tiene ni la tendrá.

Isona Passola

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