Discurs de Juan Antonio Bayona, Premi Nacional de Cinematografia
El passat 21 de setembre J.A. Bayona va recollir el Premi Nacional de Cinematografia al Museu San Telmo de Sant Sebastià. A continuació podeu llegir el discurs que va pronunciar durant l'acte.
Estoy encantado de recibir este extraordinario reconocimiento que ha sido entregado previamente a tantas y tantas personas a las que admiro. Ver mi nombre al lado de todos ellos es algo que me hace sentir profundamente feliz y orgulloso.
Una de las verdades a las que nos enfrontamos los cineastas es que no importa cuanto esfuerzo te lleve una película, o el tamaño del problema que has de resolver, al final el resultado es lo único que el público valorará. Sin embargo, como cineasta, se me hace imposible separar el proceso del resultado. Esa es una de las lecciones que uno aprende haciendo cine. Tus películas son resultado del intelecto, de la emoción y el proceso. En ese proceso hay una verdad incuestionable y es que hacer una película es un trabajo en equipo. Todas y cada una de las decisiones de la gente con la que he trabajado, las decisiones buenas, las malas, las importantes y las más tontas, todas me han llevado a estar aquí este momento. Sería interminable citar aquí todos los nombres e injusto mentar sólo algunos de ellos. Todos sabéis quienes sois y a todos os doy las gracias.
Os voy a hablar en concreto sólo de dos personas a las que quiero dar las gracias especialmente.
Una es mi madre, que con apenas seis años tuvo que emigrar de Andalucía a un ambiente de extrema pobreza en Barcelona. Mi madre pudo acceder a algunos años de estudios gracias a unas monjas que la colaban en la escuela por la puerta de atrás y se pone muy triste cada vez que recuerda el día que tuvo que dejar las clases para ponerse a trabajar en un taller de costura con menos de diez años de edad. Mi madre querría haber seguido en la escuela, y sin embargo no pudo hacerlo.
La otra persona a la que quiero dar las gracias especialmente es a mi padre. No se sabe muy bien de donde le vino la vocación pero mi padre siempre ha estado obsesionado por la pintura. Me contaba mi abuelo que cuando mi padre era un crío tenía todas las paredes del pueblo de Osuna, en Sevilla, llenas de dibujos. Allí donde veía un hueco, mi padre se ponía a dibujar. A mi padre también le hubiese encantado ingresar en una escuela de Bellas Artes pero sólo tuvo el dinero para suscribirse a un curso de dibujo por fascículos. Al final se ganó la vida como pintor de brocha gorda, pero mi padre es un artista y nunca dejó de dibujar.
Quizás porque ellos no tuvieron ese derecho fundamental a la enseñanza, mis padres se desvivieron a trabajar para que nosotros, mis hermanos y yo, tuviéramos una educación en condiciones. Y no vacilaron un momento en gastarse el poco dinero que tenían para pagarnos los estudios que hicieran falta. Mis padres son mis héroes.
Sacaron adelante dos hijas, una psicóloga y la otra traductora de inglés y alemán, y dos hijos, uno músico y el otro director de cine. Mis padres, entendieron mejor que nadie que la educación no era un gasto, sino una inversión.
Alentado por mi padre cuando era un crío me pasaba todo el día dibujando. Y con apenas tres años, me llevaron al cine por primera vez. Mi padre escogió la película más espectacular, Superman, y el cine más grande de la ciudad, el Urgel de Barcelona, una sala por cierto desaparecida el año pasado. En aquella sesión nació mi deseo de ser un superhéroe, de volar, de romper las leyes de la física, y mi vocación de cineasta. El cine me iba a permitir crear mundos asombrosos, hacer del Arte algo más grande que la propia vida.
Mi afición por el cine se alimentó de una televisión pública de calidad que me descubrió auténticos tesoros: El Increíble hombre menguante, El tambor de hojalata, El hombre con rayos X ojos en los ojos, La Piel dura o El Diablo sobre ruedas, películas que crearon en mi una visión del cine global, emocionante e inteligente al mismo tiempo.
Me siento privilegiado de haber hecho de mi afición mi profesión. Gracias a ella me he hecho fuerte, he viajado y he descubierto que el mundo no se acaba en casa. No creer en las fronteras me ha dado fuerza para crearme un mundo sin límites. Y Lo Imposible ha sido para mi un trabajo que ha reforzado aún más esa visión del mundo.
Afortunadamente el cine que hacemos en este país no comienza ni se acaba en Lo Imposible. Sobretodo me alegra saber que un nuevo cine español se está abriendo paso al margen de presupuestos e industria, motivados por la razón más importante a la hora de hacer una película: la voluntad de comunicar. Más allá de los presupuestos de sus películas, de sus recaudaciones, de los idiomas en los que se expresen o las nacionalidades que representen, el público valorará sus películas. Nunca va a dejar de haber artistas.
Sin embargo no llegaremos a ningún sitio si no consideramos la cultura y la educación como los cimientos sobre los que aposentar nuestra sociedad. Este año he estado en ciudades en el extranjero donde la gente me contaba que les costaba encontrar platós para rodar porque estaban todos ocupados. Nosotros tenemos los mejores estudios de cine del mundo en Alicante y están vacíos. Tenemos las herramientas y el talento pero no estamos encontrando la forma de sacarle partido. Lo Imposible podría tratarse de un espejismo. Algunas de las empresas que colaboraron en su elaboración se han visto obligadas a cerrar, cientos de salas de exhibición han desaparecido en el último año ante el agravio que ha supuesto la subida del IVA y la permisividad con la que la piratería se mueve en nuestro país. Tomemos consciencia por favor. Estamos en una encrucijada y aún estamos a tiempo de actuar. Tenemos el talento y las herramientas necesarias para ser los mejores del mundo. Tomemos ejemplo de nuestros padres y seamos conscientes de que ya no vivimos en la misma sociedad en la que éstos crecieron y de que corresponde al Estado en gran medida que la mina de oro que tenemos en nuestro país sea aprovechada por nosotros mismos.
Muchas gracias,
J.A